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¿Cómo convertí mi casa nueva en una casa con personalidad?

A todos nos emociona ese momento exacto en el que compramos una casa y entramos en ella por primera vez… hasta que lo ves todo vacío, impersonal y hueles ese desagradable olor a recién pintado que te recuerda a cada segundo que aún no es tuya del todo. Lo que nadie te dice es que convertir ese espacio en algo que te represente lleva tiempo, cariño y una atención especial a los pequeños detalles.

Yo no lo sabía del todo hasta que me metí a vivir en ella y me vi de frente a paredes blancas, muebles neutros que no me gustaban y esas estanterías extrañas que no tenían nada que ver conmigo. Y ahí empezó todo, la verdad, con ese deseo de transformar cada rincón donde vivía en algo que me hiciera sonreír al entrar en mi espacio, que contara quién soy sin tener que explicarlo. Se trataba de mirar mi casa con otros ojos, de elegir cada detalle con una atención especial y de encontrar la belleza en lo que a veces pasa desapercibida por al mayoría de la gente.

 

El cuarto que no sabía que necesitaba

Uno de los primeros espacios que decidí personalizar fue un pequeño cuarto al fondo del pasillo. Iba a ser una simple habitación de invitados, pero al estar tan apartado del resto de la casa, se me ocurrió otra cosa: ¿y si lo convertía en un refugio de paz para mí?

Empecé por lo más simple. Compré una silla grande, de esas que parecen que te abrazan cuando te sientas. La puse junto a una estantería de madera clara, donde coloqué libros que me gustan mucho, pero también objetos que me traen buenos recuerdos. Hay una taza que me traje de un viaje a Ámsterdam, una pequeña figura de cerámica que encontré en un mercadillo, una planta que aún no se ha rendido (milagrosamente), y una caja de madera donde guardo cartas que me han escrito a lo largo de los años.

Las paredes no llevan cuadros, no me gusta demasiado poner cuadros que no me digan nada. Así que pegué postales bonitas, notas escritas a mano por mis amigos y puse recortes de revistas que me inspiran.

El resultado es un rincón en el que, cuando entro, necesito un momento para mí. No es el cuarto más bonito del mundo, pero es el que más se parece a mí. Y esa es la clave.

 

Una cocina con alma

La cocina siempre ha sido un sitio importante en mi vida. No porque me encante cocinar, sino porque me gusta estar allí. Muchas veces, incluso más que en el salón. Así que tenía claro que no quería una cocina de catálogo, sino una cocina que contara mis historias.

Me inspiré mucho en la cocina de mi suegra. Ella tiene cosas que no se ven en ningún otro lugar. Platos con forma de zanahoria, botes con forma de casas, y una tetera que parece salida de una película. En su cocina hay algo cálido que no tiene que ver con los muebles, sino con los detalles.

En mi caso, encontré unos paños de cocina que se convirtieron en uno de los primeros toques especiales. Son de tela gruesa, con forma de búho. Me informé en Algodonea, una tienda online de paños, sábanas y edredones muy especiales, y ellos me confirmaron que, además de ser muy bonitos, absorben bien, no sueltan pelusa y siguen intactos después de mil lavados, lo que es muy importante para mí, porque soy alérgica al polvo.

Tengo varios colgados en ganchos de madera. Cada vez que entro, es lo primero que veo, y me hacen sentir en casa.

También añadí una pequeña estantería para mis especias, pero no es la típica estantería metálica. La hice con cajas de fruta que lijé y pinté en colores suaves. Ahí tengo tarros con etiquetas escritas a mano. No me llevó mucho tiempo, pero cambió por completo el ambiente del lugar.

 

Dormir rodeada de calma y suavidad

La cama siempre fue para mí uno de esos sitios que quería convertir en algo especial. No por lujo, la verdad, sino por sentirme bien en mi espacio más íntimo. Quería que fuera una cama que me invitara a tirarme encima después de un día largo, sin pensarlo.

Empecé por las mantas. Encontré unas con motivos florales, porque me encanta la naturaleza, suaves al tacto, que además combinaban con los cojines que fui reuniendo poco a poco. Hay de distintos tamaños, colores y texturas. No son parte de un conjunto. Algunos los compré, otros me los regalaron y uno lo hice yo misma.

Lo más bonito es que, al final del día, cuando ya se ha apagado todo el ruido, meterme en esa cama me hace sentir bien. Es como si dijera “esto lo hiciste tú”. Y sí, hay días que los cojines acaban todos en el suelo, pero no me importa. Me gusta verlos ahí, como si fueran parte de mi ritual de descanso.

 

Un baño con detalles inesperados

El baño se convirtió en un rincón muy personal para mí. No hice cambios grandes. No cambié el azulejo ni el espejo. Pero sí le puse detalles que lo hacen distinto.

Colgué una balda de madera donde puse pequeños cuadros con ilustraciones botánicas (ya sabéis que me gusta la naturaleza). No son obras de arte ni costaron mucho, pero le dan un aire especial. Puse también una cesta con toallas enrolladas, perfumadas con unas gotas de lavanda. Y algo que para mí marca una gran diferencia: un dispensador de jabón con forma de nube. Lo vi en una tienda y no lo dudé. Cada vez que lo uso, me saca una sonrisa.

En una esquina hay un banquito de bambú. Lo uso para apoyar ropa, el neceser, o simplemente como decoración. A veces le pongo una planta. Otras veces, una vela.

Esos pequeños cambios hacen que el baño se sienta vivo, y me encanta.

 

Detalles que cuentan una historia

Una de las cosas que más me importaban al personalizar mi casa era que no pareciera hecha para impresionar. No quería que alguien entrara y dijera “qué bonito todo” sin poder recordar nada en concreto. Quería que cada cosa tuviera una razón para estar ahí.

Tengo, por ejemplo, un cuadro de tela en el pasillo que me regaló una amiga. Está hecho a mano, y tiene una cita que ella sabía que me gustaba mucho. Al lado, una lámpara con base de piedra que encontré en una tienda pequeñísima. No encendí la lámpara durante semanas, pero me gustaba verla ahí.

También hay un colgador con forma de llave antigua en la entrada. No es grande, pero cada persona que ha venido a casa me ha preguntado por él.

Me gusta eso. Me gusta que haya cosas que despierten la curiosidad en la gente.

 

Lo que no se ve

Una casa no solo tiene objetos bonitos, también tienen cosas que no se ven si no te fijas bien. Como, por ejemplo, los sonidos o los olores.

  • Me gusta usar difusores con aromas que me recuerdan a cosas buenas. En invierno, canela y naranja. En verano, algo más fresco. No lo hago por los invitados, sino porque me gusta a mí.
  • También tengo una lista de reproducción con canciones suaves que suenan de fondo algunas tardes. No es nada planificado, pero cuando sucede, la casa se siente distinta.

Otra cosa que me ha ayudado mucho es no tener prisa por llenar todo. Me he permitido tener paredes vacías, rincones sin uso definido, objetos sin pareja.

Eso también es parte de la personalidad. Dejar que la casa se transforme conmigo, poco a poco, sin obligarla a parecer algo que no es.

 

Un espacio para compartir

Algo que aprendí al hacer mía esta casa es que los detalles no solo son importantes para uno mismo. También lo son para quienes te rodean. Me encanta que la gente venga y note que aquí hay algo diferente. No porque sea mejor o más bonito, sino porque es sincero.

Una vez, una amiga me dijo que estar en mi casa era como entrar en un palacio. No se refería a los muebles ni a los colores, se refería a cómo se sentía. Eso para mí fue el mejor cumplido.

Tengo una caja en el salón con juegos de mesa. Otra con álbumes de fotos. Una manta extra por si alguien se queda dormido en el sofá. Esas cosas no se planifican para que se vean bien. Se hacen para que se vivan bien.

 

Lo que hace una casa verdaderamente especial

No todos necesitamos lo mismo para sentirnos a gusto en casa. Pero creo que hay algo común: las casas que de verdad se sienten únicas son las que tienen una parte de nosotros en cada esquina. No hace falta tenerlo todo perfecto. De hecho, creo que una casa demasiado perfecta puede hasta sentirse artificial.

Lo que convierte una casa en un hogar con personalidad no son los muebles caros ni los grandes diseños, son los paños con forma de búho que secan bien. Las camas que te abrazan al caer en ellas. Las cocinas donde hay un bote de galletas con forma de seta. Los libros con esquinas dobladas. Las fotos torcidas. Las cosas que no están en Pinterest, pero que tú elegiste con cariño.

Yo sigo añadiendo detalles. A veces, con tiempo. A veces, sin pensarlo mucho. Pero cada cosa que llega, llega porque tiene sentido para mí. Y eso, creo, es lo que hace toda la diferencia.

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