La verdad es que nunca pensé que un viaje pudiera cambiar tanto mi forma de ver las cosas. Pero dicen que para estas cosas están. Os cuento que hace un par de años viajé a Finlandia por trabajo y, casi por casualidad, terminé descubriendo algo que hoy forma parte de mi día a día: la sauna. Sí, ahora que están tan de moda políticamente por Pedro Sánchez, pero yo desde hace muchos años.
Allí la sauna no es un lujo ni una rareza, es parte de la vida cotidiana. Quizás es algo como aquí la siesta o el jamón. Recuerdo perfectamente que la primera vez que entré en una fue con un grupo de finlandeses que conocí en una reunión. Lo primero que me llamó la atención fue la naturalidad con la que lo hacían, como si fuese tan común como tomar un café, por eso os digo que me recordaba a tomar algo en España.
Al principio dudé, dude mucho, lo tengo que reconocer, pero decidí probar. Ya lo decía mi abuela que en esta vida había que probar de todo. Pues venga, vamos a ello. Lo que sentí esa primera vez fue una mezcla de relajación profunda. Y siempre digo a mis amigos que era algo así como un calor que parecía limpiar hasta los huesos y una sensación de paz que hacía tiempo no encontraba.
Cuando regresé a casa, la idea me quedó dando vueltas en la cabeza. Yo siempre he sido una persona bastante activa, con un trabajo exigente y algo de estrés acumulado. El recuerdo de la experiencia finlandesa me hacía pensar: ¿por qué no tener algo parecido en casa? Empecé a informarme y descubrí que existía la posibilidad de instalar saunas a medida, adaptadas al espacio disponible. Eso me entusiasmó, porque no vivo en una casa enorme, pero sí tenía un rincón que podía aprovechar.
El proceso fue más sencillo de lo que creía. Contacté con una empresa especializada, en este caso Saunas Luxe, que vino a ver el espacio y me propuso un diseño adaptado. Me dejaron elegir materiales, tipo de madera y hasta el estilo de iluminación interior. Fue casi como personalizar un traje, pero en versión sauna. En pocas semanas ya la tenía instalada. Recuerdo la emoción del primer día que la encendí en mi propia casa. Me sentí como si hubiese traído un pedacito de Finlandia a mi vida cotidiana.
Lo mejor de todo
Lo mejor de todo ha sido descubrir cómo este pequeño espacio me ha aportado tanto a nivel físico como mental. En lo físico, lo noto sobre todo en los músculos. Suelo hacer deporte un par de veces por semana y antes siempre terminaba con cierta rigidez o agujetas. Ahora, después de entrenar, hago una sesión de sauna y siento cómo se me relajan las piernas y los hombros. La recuperación es más rápida, duermo mejor y hasta mis articulaciones parecen agradecerlo. Incluso he notado mejoras en la piel; se me ve más limpia y suave, como si el calor ayudara a eliminar todo lo que sobra.
En lo mental
En lo mental, el cambio ha sido todavía más grande. La sauna se ha convertido en mi refugio personal. Cuando el día ha sido largo y lleno de problemas, entro, cierro la puerta y durante esos minutos me desconecto de todo. No hay móvil, no hay ruido, solo calor y silencio. Es como resetear la cabeza. He descubierto que después de una sesión pienso con más claridad, me tomo las cosas con más calma y soy capaz de disfrutar más de los momentos simples.
También ha sido una manera de compartir con mi familia. Al principio pensaba que sería un capricho solo para mí, pero mi pareja y mis hijos también la disfrutan. Hemos creado una especie de ritual los fines de semana: hacemos sauna juntos y luego nos sentamos a conversar o a tomar algo ligero. Eso nos ha unido más y nos ha dado un espacio de calidad en medio de las prisas de la semana.
Otra cosa que valoro mucho es que, a pesar de lo que pueda parecer, mantenerla no es complicado. Se limpia fácilmente y el consumo no es tan alto como imaginaba. Lo que recibo a cambio compensa con creces.
Si miro atrás, pienso que aquel viaje a Finlandia me dio un regalo inesperado. Nunca habría imaginado que algo tan simple como sentarse en un espacio de calor pudiera tener tanto impacto en mi bienestar. Os lo recomiendo a todos.